domingo, 13 de septiembre de 2015

La extraña llamada.

          Jueves. Otro día que pasaba abandonado, sin trabajo. Desde que mi esposa me había dejado, hacía más de diez años, que no veía a mis hijos y no encontraba la felicidad.
          Sin saber el motivo, fui echado de mi trabajo, solía ser un gran abogado. Habría hecho lo que fuera por volver al trabajo. No me gustaba vivir en la calle.
          Seguía vagando por las vías de Palermo en dirección a mi bar favorito, el cual solía frecuentar todos los días.
          Salí del bar, con las estrellas rondando por mi mente, y empecé a caminar. Sinceramente, no sé cuánto caminé pero me alejé bastante de lo conocido. De pronto, sonó el teléfono público junto a mí. Extrañado, respondí.
          -Matías, soy vos, no termines como yo, te dejo cambiar tu vida.
          -Eh?- y la llamada había terminado. Eso era lo último que recordaba de ese día.
          Escuché el despertador. Julieta, mi esposa, estaba al lado mío y mis hijos, Sebastián y Rocío, corrieron a abrazarme, no entendía nada.
          Parecía que todo había vuelto a la normalidad así que me puse mi traje blanco y me fui al trabajo.
          Apenas llegué, recibí una llamada de mi jefe diciendo que me quería en su oficina. Tenía miedo que ese fuera el día que me había despedido. Golpeé la puerta y pasé a la oficina de mi jefe, que tenía una cara que jamás había visto.
         -Sentate -me dijo con un tono poco usual- tenemos un problema en la empresa. Me demandan por una suma de dinero de la cual no dispongo y quiero que te encargues del caso.
         El alivio que sentí al escuchar eso fue increíble. Acepté el caso sin saber muy bien de qué se trataba. Volví a mi casa y cené contento con mi familia, aunque había perdido la confianza en mi esposa sabiendo lo que haría si me echaran.
         Al día siguiente, Ricardo, mi jefe, me explicó el motivo del caso. Era lo más complicado que alguna vez me habría tocado hacer, pero yo creía que lo iba a poder ganar.
         Los meses fueron pasando hasta que llegó el día del veredicto final. Me desperté emocionados, todos estaban durmiendo y yo salí apurado hacia Tribunales. Estaba convencido de que había ganado el caso. Me dirigí a la recepción y pregunté por la sala en la que finalizaría mi caso. La recepcionista -confundida- me dijo:
          -Señor, ese caso finalizó hace quince años, y dudo que en esas condiciones usted sea abogado-
          No entendía nada y fui al bar al que solía frecuentar en mis malos tiempos. Llegué y escuché que me decían:
          -Matías, ¡qué rápido volviste!.



                                                                             Escrito por Ramiro Carnecky y Magalí Santágata.