Los
dioses me habían creado sólo para ser la esposa de Epimeteo y brindarle
felicidad. Aunque con el paso del tiempo le había tomado cariño, deseaba poder
hacer algo propio con mi vida. Anhelaba saber qué se sentiría tener metas,
decidir por mí misma. Sin embargo, padecía de tristeza y enojo. Emociones
pesadas revoloteando en mi interior, necesitaba hacer algo con ellas.
El día
en que Epimeteo trajo una vasija muy peculiar a la casa, vi mi oportunidad de
venganza. Él me ordenó severamente que no la abriera ni me acercara mucho. Reí
para mis adentros, me tomaba por tonta como si fuera incapaz de comprender las palabras que salían
de su boca. Cada vez que él me trataba así, me daba más motivos para rebelarme
contra el mundo.
La vasija
estaba en el medio de la sala principal de nuestra casa y mi esposo se había ido. Yo simplemente me
encontraba sentada a un par de metros de
la nueva adquisición, mirándola fijamente con toda mi atención clavada en ésta.
Luego de un buen rato, pude escuchar unas voces que hablaban dentro de la vasija,
que me llamaban a gritos para que me acercara a ellas y así lo hice: me dijeron
que eran los peores males que el mundo podría tener y que si los liberaba cumplirían
mi sueño de ser libre al fin. Lo pensé durante varios minutos preguntándome si
abrir la vasija valía mi libertad. Decidí que no lo valía tanto pero honestamente
no me pudo importar menos en ese momento: sólo podía pensar en mi ardua tortura y
angustia.
Lentamente,
quité la tapa y con rapidez un humo negro salió disparado hacia las afueras de
la casa y empezó a dividirse en muchos humos: cada uno un diferente mal.
Emocionada, fui lo más rápido que pude hacia la puerta para no perderme nada.
Asombrada y atónita me sentía, y de repente toda la tristeza y enojo que llevé
durante tanto tiempo dentro de mí se había ido, como si se hubieran escapado
junto con los nuevos males del mundo.
Mejor, Maga! Muy bien!
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